De fácil acceso y conversación, lo primero que llama la atención de la Dra. Ximena Navarro es la humildad con la que habla de su experiencia y trabajos desarrollados. Doctora en Antropología, Magíster en Arqueología, titulada de Arqueóloga y Licenciada en Antropología y Arqueología, Rayén Ximena Navarro Harris está en una constante búsqueda que ayude a comprender, en palabras de ella, “el contexto y entorno actual, la identidad, el territorio, la relación con el espacio, para poder entender este mundo que es tan cambiante, esa es la reflexión y ejercicio que te exige la arqueología”.

Nacida en Puerto Montt, Ximena Navarro ha tenido una vida “bastante movida” por decirlo de algún modo. Sus padres, originarios del norte de Chile, itineraron entre el sur y centro de nuestro país a lo largo de su infancia y adolescencia.

«Yo nací en Puerto Montt y poco tiempo después nos fuimos con mi familia a vivir a Valdivia y en séptimo básico nos fuimos a vivir a Santiago, donde estudié en un colegio experimental. Al finalizar cuarto medio si bien yo tenía una inclinación clara por la ciencia, decidí estudiar Antropología -creo que por influencia de mi padre- en la Universidad de Chile.

Como me casé bien joven y tenía 2 hijos a veces a algunos compañeros les parecía un poco extraño que estudiara, pero tenía un buen grupo y nos apoyábamos entre todos. Me acuerdo de esa época que era complicado, recorría casi una hora en micro desde la calle Independencia hasta Peñalolén, donde estaba la sede de la U. de Chile, pero me las arreglaba. Aun así no era una época buena para estudiar. Terminé el año ‘83 y el ‘84 nos fuimos como familia a Alemania con una beca de posgrado que se ganó mi marido por 4 años.»

Siempre con esa inquietud por el “saber y conocer”, recién llegada a Alemania Ximena Navarro se inscribió en un curso de alemán, donde pudo compartir con personas de todas partes del mundo. “Al principio hice de todo, aseo, clases de español, clases de comida chilena, etc. Para mí era importante poder rodearme de personas de distintas culturas, nunca quedarme como en un ghetto”.

De mente inquieta y ávida de conocimiento, Ximena no demoró mucho tiempo en buscar un espacio para desarrollarse profesionalmente durante su estadía en Alemania.

«En la misma época que volví a Valdivia, en 1990, comencé a trabajar en la Vicaría de la Solidaridad en DDHH, uno de los trabajos más dolorosos que me ha tocado hacer. Al principio nunca pensé en dedicarme a esto, pero cuando me dijeron que tenía que acompañar a un arqueólogo en el caso de la “Masacre de Chihuio”, en Futrono, me acordé de un libro que mi hermana me había pasado donde leí un relato imaginario que hubiese sido escrito por un detenido desparecido y que decía “cuando un arqueólogo aficionado encuentre mis huesos” y eso me tocó fuerte y me quedó dando vueltas… Fue la época más difícil, estábamos rodeados de periodistas extranjeros, trabajamos en invierno, a principio de los ‘90, cuando todo era confuso también. Ahí mataron a campesinos sindicalizados, cuyo único “delito” fue haberse organizado. Después de eso, me designaron perito para buscar a la secretaria del Complejo Panguipulli. Ese caso fue muy fuerte para mí. El hermano de ella que trabajaba en la Vicaría también nos acompañó a la zona rural de Panguipulli para buscar su cuerpo y ahí me pasó algo “extraño”: yo que he sido siempre muy escéptica y apegada a las evidencias materiales por mi profesión tuve una experiencia “medio esotérica” por así decirlo. Al estar en el lugar y recibir las órdenes de donde debía excavar empecé a dudar sobre el lugar indicado y sentí que ese no era el sitio donde podía estar el cuerpo, me parecía un lugar extraño. Tenía la sensación de que ese no era el sector… entonces de repente vi hacia el lado opuesto y digo “ahí debe ser” y empiezo a excavar y luego comenzó a aparecer algo… el médico forense que estaba conmigo me dice “eso es una rama” y yo le contesto “no, eso es una costilla humana” y era así, ella, Juanita Cofré Catril estaba ahí enterrada. Tuve que cavar y desenterrar sola el cuerpo. Este trabajo fue muy doloroso e impactante para mí pues además se trataba de una persona joven que no había cometido ningún delito.»

Era el año 1994 cuando la académica postula a la Universidad Católica de Temuco para trabajar como docente en la carrera de Antropología, mismo año en que se adjudicó su primer Fondecyt para investigar en un sector de la costa de la región de Los Ríos denominado Chan Chan.

«Mi llegada a la UC Temuco fue por una necesidad imperiosa de trabajar. En la Vicaría no ganaba mucho y en la Universidad Austral no tenía contrato, así que el año ‘94 envié mi currículo a la Católica para entrar a una plaza laborar de la que me enteré a través de un aviso que se había publicado. Vine en enero a una entrevista y, cuando iba saliendo de la entrevista ya fuera del Campus San Francisco, llegó alguien corriendo y me dice “vuelva por favor” y al regresar me dijeron “la vamos a contratar”. En marzo entré a trabajar y me llaman de Valdivia para avisarme que me había ganado el Fondecyt, por lo que mi ingreso a la Universidad venía con “marraqueta”. Empecé trabajando jornada completa, pero fue complejo, puesto que mi familia seguía en Valdivia, así que era una locura de ir y volver. Además, en verano hacía mis excavaciones en Chan Chan, ahí me instalaba con una carpa a excavar, ese fue mi fuerte en esos años.

Cuando llegué a la UC Temuco estaba Teresa Durán, Layla Harcha y Aldo Vidal, pero yo tenía una formación en la Chile y el primer tiempo me sentía en corral ajeno, pero posteriormente las diferencias fueron superándose. Ese primer inicio fue de harto empuje, bastante precario, un gran desafío. Acá no habían muchos recursos y tuve que adaptarme a una malla curricular orientada a la antropología. Mi experiencia ha sido súper interesante, puesto que al principio pensé que no tenía mucha pasta de docente, pero cuando empecé a hablar de lo que sabía y vi interés en las caras de los estudiantes comencé a sentir ese nexo con la academia.»