Hablar de Marcela es hablar de resiliencia. Oriunda de Temuco, estudió en el Colegio Claret donde siempre, por su baja estatura, se ubicaba entre los primeros puestos de la sala. Este simple acto que ella atribuía a su actitud “matea” ocultaba un trasfondo determinante en el resto de su vida, ya que sin notarlo compensaba de forma innata una enfermedad visual que con el pasar de los años la dejaría completamente ciega.

Siempre de buen humor y con una actitud positiva ante la vida, Marcela dice que no le incomoda que le digan ciega, pero le parece curioso lo largo que suena el nombre técnico que socialmente se utiliza en la

actualidad “decir “persona en situación de discapacidad visual”, es eterno (ríe), aunque me parece bien porque el lenguaje evoluciona, pero en mi caso ¡es tan largo! Yo me presento de acuerdo al contexto en el que me desenvuelvo y en general digo que soy Educadora Diferencial y menciono que tengo discapacidad visual sólo cuando hablo de mi  experiencia de vida, porque nadie va por la vida diciendo “hola soy ciega”.

Con una infancia marcada por el amor familiar, en el que sus padres y su hermano han jugado un rol fundamental en su desarrollo personal y profesional, Marcela creció como cualquier niña, inquieta ante la vida,

desarrollando gran gusto por la lectura y el baile, esta última una de sus grandes pasiones, formando parte de diversas agrupaciones locales. Luego de la primera de varias crisis que empezaría a desarrollar (espacios de tiempo en los cuales perdía y recuperaba visión con tratamientos paliativos, pero yendo siempre hacia la pérdida) a los 10 años es diagnosticada con Uveítis, enfermedad que la hizo fortalecer -casi de forma innata- sus otros sentidos. “Creo que tuve la ventaja de que como nunca vi bien, me fui apoyando en mis otros sentidos, la audición, el tacto, por lo que no fue tan difícil cuando ya no pude ver”, comenta Marcela.

“Hasta el tercer año de la carrera mi vida siguió normal, recuerdo mis primeros años en la “cato” adaptándome. Cuando estaba empezando 4° año, tenía alrededor de 21 años, me vino una nueva crisis y perdí gran parte de la visión; desperté y veía puras manchas de colores y ahí sí yo podría decir que tenía una discapacidad. No veía los libros, menos la pizarra, el computador, las caras, no distinguía los desniveles, las escaleras. Como uno conoce su casa, su espacio, me levanté igual y salí y en la calle me di cuenta que no veía los semáforos. Como pensaba que me iba a recuperar, viajé con mi mamá a Santiago  y el médico me examinó -siempre cuento que “con mucho tino”- (se ríe) y me dijo “esto no tiene remedio, tú nunca vas a recuperar la visión, nunca más vas a poder leer nada” y ahí quedamos mudas. Nos fuimos de la consulta y no hablamos de esto hasta que volvimos a Temuco. Y una noche lloré, más que nada por mis papás.

Me quedaban dos años aún ¿cómo voy a terminar la carrera? ¿cómo voy a leer? y sí, esa noche lloré”.

Rearmándose, Marcela decidió que esta situación no determinaría el éxito del resto de su vida, por lo que a la mañana siguiente habló con sus padres y les dijo que pediría ayuda pues no se iba a quedar así “quería terminar la carrera con mis compañeras, nada de congelar ni retrasar mis estudios. Llegué a la “Corporación Bartimeo” y tuve una sesión con la psicóloga, me dijo que no necesitaba ir al psicólogo (ríe) porque no tenía depresión ni nada parecido. En el fondo, no pasé por las etapas que debí haber pasado porque nunca tuve esa negación por haber perdido la visión. Si tomas un libro de psicología te describe las etapas y yo creo que las pasé todas en la noche que lloré (ríe), pero no fue más que eso”.

Ya inserta en esta corporación, Marcela compartió sus primeras experiencias con gente ciega, donde “uno se da cuenta que ellos salen y llegan solos, ahí percibes que no se termina el mundo”. Así, dándole un nuevo significado al verbo “ver”, aprendió braille, a usar el bastón, el computador y, según ella misma relata, conoció a “un enviado del cielo”, un profesor que le ayudó a abrir las puertas que creía cerradas. “Hubo un especialista en discapacidad visual que fue mi gran apoyo, realizó talleres por 4 meses en Temuco. Me decía que yo podía hacer las cosas pero me hizo decidir: “o congelas y te rehabilitas o haces las dos cosas juntas”. Opté por lo segundo y en la universidad mis profesores me dieron todo su apoyo, me tomaban las pruebas orales y había harto trabajo en grupo o en pareja, lo que hacía todo más fácil.

“La forma de ver una discapacidad tiene mucho que ver con la experiencia de vida. He compartido bastante con personas con distintas discapacidades, trabajé en una escuela en Freire, fui dirigente de organizaciones, me moví mucho en ese ámbito y siempre conversaba con personas que me decían ¡yo prefiero mil veces andar en silla de ruedas que ser ciego! o una persona sorda que me dijo “yo prefiero no escuchar a no  ver”. O sea, ¡entre las discapacidades se cree que ser ciego es lo peor! lo más complicado… pero yo creo que no. También hay casos de personas ciegas que te dicen que esto es lo peor que les ha pasado y caen en depresiones de las que jamás salen. Aquí son muy importantes las redes de apoyo.

Mi familia aprendió conmigo en este proceso. Al principio querían hacerme todo, pero después fueron viendo que yo hacía mis cosas sola y hoy ya bromeamos con esto, lo que no todos entienden. Por ejemplo, tengo un primo que cuando conversamos yo le cuento “vi tal cosa” y me dice “¡mentirosa tu no viste nada!” (ríe). Hay gente a la que le cuesta mucho entender que uno hable en lo cotidiano del mirar, del ver”.

«No cualquier persona puede tener un perro guía, tienes que tener ciertas habilidades. La Nicki….bueno a mí no me gustaba usar el bastón y un día estaba viendo televisión cerca de fin de año y en el “Buenas tardes Eli” dieron un reportaje de los perros guía y de una corporación en Santiago que tenía el nexo con otra institución en Estados Unidos donde se entrenaban los perros. Los contacté, envié unos formularios y un video desplazándome por las calles con mi bastón. ¡A esas alturas ya lo usaba! (ríe) y cerca de Navidad me avisaron que quedé seleccionada para viajar.

Estuve en Rochester un mes entrenándome con la Nicki. Ella ya estaba elegida para mí porque desde el momento en que te seleccionan, escogen cual será tu perro, todas sus características tienen que coincidir con las tuyas y cuadrar perfectamente. Por ejemplo si caminas rápido o lento, tu contextura física, etc. Estás día y noche con él porque tienes que generar el apego y el entrenamiento necesario, aprender cómo darle las órdenes, cómo lo haces para subir una escalera, a un ascensor, cuando llegas a una vereda, encontrar una puerta, etc.”

“Es un desafío importante porque, si bien desde la empatía no ha sido difícil porque por el solo hecho de tener una discapacidad te pones en el lugar del otro, yo, por principios, les exijo. Siempre les digo a los jóvenes que no sé si es una suerte o una mala suerte para ellos que yo tenga una discapacidad porque no los excuso. Les digo que si yo estudié sin ningún tipo de apoyo formal como el que acá en nuestra universidad se entrega: tecnología asistiva, profesores que hacen las adecuaciones curriculares necesarias, etc. ¡tú puedes hacer eso! Claro a mí me tomaban las pruebas orales, pero igual tenía que leerme documentos que no podía leer y creo que todo lo que viví me sirvió para llegar aquí: trabajar con organizaciones, tener una visión más comunitaria y generar redes”.

Así, sin poner excusas, Marcela continuó perfeccionándose. Hoy posee un Postítulo en Discapacidad Visual e Integración Escolar y es Magíster en Educación, Mención Gestión para la Inclusión Educativa, ambas especialidades de las que egresó con distinción máxima de la UC Temuco. Por estos días, además de ser académica de nuestra Institución, pone su experiencia y quehacer a disposición de la inclusión trabajando en el diseño del diplomado “Aprendizaje, discapacidad y educación inclusiva» donde, además de colaborar con el equipo a cargo seleccionando los programas, se unirá al grupo de docentes que impartirá clases en concordancia con su especialidad.

“Es una muy buena instancia y que hacía falta porque si bien nosotros apoyamos a los profesores, la implementación de éste significa tener más herramientas. Este diplomado está pensado en que fuera muy práctico ya que es para profesores que tienen estudiantes en situación de discapacidad, entonces no van a trabajar en base a un supuesto, sino que van a trabajar para esos estudiantes. La idea es que no se queden en lo teórico ya que vamos a trabajar en base a las necesidades de esos estudiantes y otros que lleguen después. Esperamos pueda seguirse replicando a profesores de ésta y otras universidades, las que sabemos también están intentando hacer un centro como el CERETI y necesitan este apoyo”.

El baile forma parte de su esencia y no está dispuesta a dejarlo ir. Marcela ha sorprendido a muchos con sus participaciones en diversas instancias de danza, traspasando las barreras que dejó la pérdida de su visión. De esta forma, y sin buscarlo, formó parte del ballet “Los ojos del alma”, agrupación de mujeres con discapacidad visual de Temuco, quienes danzaban coreográficamente al son de una terapéutica modalidad de expresión artística.

“Yo siempre bailé, desde chica. Estuve en distintos estilos y hasta el último tiempo participé de un ballet folclórico, pero después con el tema de la discapacidad lo dejé por un tiempo, pero me encanta. Yo me paro en el escenario y se me olvida que hay gente mirando y como ahora no los veo tampoco (ríe). Siempre tienes esa adrenalina de sentir que te puedes caer, porque el tema es que si te giraste un grado más de lo que deberías puedes salir para otra parte, escenario abajo probablemente… siempre está ese temor de caerse o quedar de espalda al público y no te queda más que improvisar”.