Ya con 25 años a cuestas en la Universidad, Claudio Ross, desde que ingresó no ha dejado de caminar y seguir un vertiginoso ritmo que lo mantiene “en forma”, como él señala. Siempre de buen humor, contra viento y marea, nuestro “chasqui” institucional, además de manejar aspectos administrativos, trata en lo posible de entregar una palabra justa y precisa de alegría y optimismo a quien se cruce en su camino.
La historia comienza en Temuco cuando sus padres, Gerardo Ross un Mariano de corazón y Sabina Contreras participante activa de la Iglesia Católica, planificaron en el sector de Pueblo Nuevo, en una casa ubicada en la calle David Perry, formar una gran familia, la que inicialmente estuvo conformada por 11 hijos.
Nacido un 27 de noviembre del año ’63, Claudio Ross llegó al mundo casi corriendo. Se sumó
a un clan de hermanos en igualdad de género, compuesto por 5 hombres y 5 mujeres, donde la mayor es una mujer que lidera al grupo de los Ross-Contreras. Todos juntos fueron criados en Pueblo Nuevo y posteriormente en el sector ampliación Las Quilas en los ’70, en una pequeña casa donde trabajaron en acciones que se dividían entre tareas de fuerza para hombres y para las mujeres tareas orientadas a labores domésticas.
“Estudié en la Escuela D-532 Ampliación Las Quilas. Allí cursé la básica y después por circunstancias de la vida los hermanos mayores tuvimos que detener nuestros estudios para favorecer a los más pequeños. Muy posteriormente, finalicé mis estudios de enseñanza media, aunque siempre quise entrar a la universidad a estudiar Psicología, pero la vida tenía otro destino para mí”.
“Desde los 15 años -en el año 1973- comencé a trabajar con un caballero que traía vehículos nuevos desde Santiago para una compraventa. Un buen día me acerqué a él y me invitó a trabajar en lavado de autos, lo que me sirvió para adquirir materiales de estudio. Nuestros papás nos enseñaron a ser ubicados y a practicar la austeridad y cuidado de las cosas que nos entregaban, por ello, cada peso que ganábamos lo usábamos de forma inteligente, sin darnos grandes lujos y pensando siempre en el grupo familiar, más que en el goce personal”.
Haciendo memoria de aquella época, recuerda que le tocó trabajar y estudiar en un Chile bastante complejo, donde se vivían los “toques de queda” a diario, un escenario que hacía complicado vivir una situación normal para un niño, “había días en los que no podíamos ir a jugar a la calle, ni menos juntarnos a jugar un partido de fútbol en alguna pampa, ya que la fuerza pública nos interrogaba por qué estábamos haciendo una acción tan sencilla como lo es jugar a la pelota. Como niños, en esta época nos ayudábamos y como éramos diez andábamos y salíamos en pareja”.
La situación social en el país estaba cada vez más polarizada, es en este contexto que el padre de Claudio Ross, instruyó a los cinco hombres, en acciones específicas vinculadas con la sobrevivencia y destreza física, incluso los fines de semana sacaba a pescar a los pequeños hombres, ya que el padre pertenecía al club de Pesca y Caza, “él nos enseñó a elaborar nuestras propias carnadas y moscas, pero también a ser hijos del rigor, haciéndonos pasar frío, cruzando ríos, en fin varios aspectos que mi papá nos quiso demostrar para conocer la naturaleza cruda, de tal forma que conociéramos la parte buena y mala de ella, y así ponerla en práctica en nuestra vida cotidiana”.
“Me tocó vivir un Chile un poco gris, fuimos creciendo y formando nuestro carácter. En esa época se nos estrechó el cerco para compartir con otros jóvenes ya que debíamos estar encerrados, por ello nos concentramos en crecer rápidamente tanto física como mentalmente”.
“En esa época, donde estuvimos entre trabajo y encierro, llegó el momento de realizar el servicio militar. Fui el único al que no le “sacaron” el servicio, ya que según mi papá, era muy inmaduro y apegado a las faldas de mi “viejita”, entonces analizó estas características y no le pareció mi actuar, ya que según él para ser hombres teníamos que ser responsables, proveedores y ser respetuosos, apoyando a la mujer en las tareas difíciles de la vida”.
Como un mandato del patriarca Ross, Claudio partió a Tierra del Fuego, específicamente a Puerto Williams a realizar su Servicio Militar. “Literalmente me fui a la punta de Chile. El servicio coincidió con el conflicto en Las Malvinas entre los años ’81 y ’83, en este proceso estuve presente en momentos muy fuertes para un joven, ya que nos formaban para estar atentos y preparados para una guerra. Yo era demasiado regalón de mis padres y sufría por no tenerlos cerca, por ello lo que me conectaba a mis padres era la naturaleza que podía contemplar en esos australes paisajes y que en parte hacia olvidar esa mezcla de tensión y temor”.
“La mayoría de los jóvenes que pasamos por esa experiencia, teníamos claro que éramos “carne de cañón”, por eso cuando nos fuimos al servicio, les dije a mis padres “no se preocupen, vamos a estar bien, voy a volver”, sin tener la certeza que dicha afirmación fuese realidad”, reconoce el entonces joven Ross. “En esa época uno vivía con muchos temores y presión, una dictadura bastante marcada y arraigada en la que uno era bastante temeroso de algunas cosas. Fueron días tristes, más aún porque no pude despedirme de la totalidad de mis hermanos y menos de mi papá”.
Estando en el servicio, llegó la información por intermedio de Carabineros que Gerardo Ross había fallecido, una noticia que lo remeció en lo más profundo, todo esto fomentado con el duro invierno que tuvo que vivir, generando un escenario mucho más triste. “Recuerdo que el Ejército hizo todas las acciones necesarias para ir a despedirme de mi padre y participar de su entierro, mientras viajaba a Temuco recordaba todas sus enseñanzas y en general todas las instancias en la que compartí con él. Estuve 10 días y luego volví a mi servicio, a continuar la preparación para una guerra entre argentinos e ingleses, incluso durmiendo en el Estrecho de Magallanes para estar en posiciones claves ante un inminente conflicto, fue una situación muy triste que marcó mi vida”.
Posteriormente, Claudio recuerda: “con mucha pena en mi corazón tras la partida de mi padre, después me enteré que él estaba muy arrepentido de haberme enviado a realizar el Servicio Militar, mi madre me comentó que lloraba y sufría mucho por la decisión que tomó sobre mi destino. Toda esta angustia mi papá la manifestó a través de una carta que dejó antes de fallecer, una carta que la conservo como un tesoro y que en aquella época, donde todo se confabulaba para estar triste, leía siempre una frase que me emociona hasta el día de hoy: ‘ojalá que te encuentres bien, nunca te olvides de Dios en ese lugar donde las sombras son largas’ ”.
Pese al escenario adverso, pudo finalizar el Servicio Militar, aunque la vida castrense le llamó la atención para continuar una futura carrera en el área, las autoridades militares lo enviaron a Temuco para acompañar a su familia. “Doy gracias a Dios que no pasó nada y que nunca tuve temor de perder mi vida, siempre mi fe me permitió pasar por este valle de oscuridad, incluso en mi primer día de franco fui a la capilla de Porvenir, la que siempre tengo presente en mis pensamientos, porque fue el inicio de mi camino espiritual”.
Las vueltas de la vida, lo tuvieron trabajando en lugares cercanos a su actual trabajo en la UC Temuco, estuvo probando suerte en diferentes labores, en todo momento recordaba las lecciones de vida de sus padres. “Todas las tareas, acciones y enseñanzas que nos entregaron nuestros padres fueron experiencias que hoy nos forman como individuos a sus hijos. Ahora entiendo como padre de dos hijas, lo que ellos hicieron con 10, una tarea importante de responsabilidad, que analizo con mayor detención y agradezco eternamente todo lo entregado”.
Es así que un día, ya trabajando y aportando a la economía de la casa, se presentó el desafío de elegir entre 3 oportunidades de trabajo, una de ellas en la entonces Pontificia Universidad Católica de Chile sede Temuco. Muchas dudas surgieron, recuerda que le pidió consejo a su madre, “ella con su sabiduría analizó las tres alternativas y me dijo que la Universidad era un excelente lugar para trabajar, ya que era un lugar donde el conocimiento y el sello católico estaba presente en todas sus acciones”, es así como se presentó a la selección para chofer, donde fue avanzando entre una concurrida lista, todos calificados para la labor.
Finalmente, quedaron 3 seleccionados para dos puestos de trabajo en la Universidad. Por esas casualidades de la vida, la persona que había sido elegida para chofer se retiró por un momento de la fila para ir a comprar algo para comer y al nombrarlo en varias ocasiones no se presentó, “de pronto el reclutador me preguntó: ¿Cuál es su nombre? y le dije Claudio Ross y desde ahí hasta la actualidad he estado en esta gran Institución, ya por más de 25 años”.
“Fui contratado como chofer auxiliar, comenzando en julio 1991, luego estuve de auxiliar cuando éramos Pontificia Universidad Católica. Salía a terreno con los alumnos de diferentes carreras: Forestal, Antropología, Acuicultura, a estos últimos me tocaba ir a dejarles siempre oxígeno a los peces a Lautaro. Posteriormente, salía con el Director René Ríos y cuando asumió Monseñor Jorge Hourton salía a diferentes actividades entre ellas a reuniones de Consejo de Rectores en Valdivia, Puerto Montt y Concepción. También cumplía labores de apoyo administrativo haciéndome cargo de archivos para créditos universitarios bajo la jefatura en ese tiempo del señor Claver Leyton. En ocasiones también me tocaba salir a cobranza con la Sra. Elizabeth Müller. En la actualidad me desempeño como estafeta de la Universidad, realizando labores como trámites bancarios, notariales, conservador de bienes raíces, oficinas públicas, pago de acreedores, entre otros. En estas funciones llevo 25 años ¡Gracias a Dios!”.
Con un perfil de keniata por las grandes distancias que recorre, don Claudio incansablemente de lunes a viernes transita entre la UC Temuco y sectores céntricos de la ciudad, practicando la conocida “gimnasia bancaria”.
En cada punto de los campus universitarios donde debe recoger algún documento, es saludado con cariño y atendido entre galletas y algún brebaje como café o té para instarlo a llegar con energía a su meta diaria, que es entregar a tiempo la documentación del día.
También reconoce estar en familia, puesto que su hermano Renán Andrés, quien trabaja hace 16 años en la Universidad en el sistema de bodega, es un gran apoyo para él y lo conecta a sus lazos familiares. “Renán ha sido fundamental en mi carrera profesional y creo que es un privilegio contar con su presencia en las rutinas laborales que realizo”.
Junto a su compañero de camino -cuando se puede- Sergio Angulo, ha logrado hacer un partner importante para lograr sus tareas del día. “Don Sergio es un amigo en el que puedo apoyarme, sin él las tareas serian imposibles por la distancia. Además he logrado compartir vivencias y experiencias de vida que hacen que mi día a día sea más llevadero”.
Con una mente privilegiada, donde anota cada recomendación o acción encomendada, nuestro Usain Bolt trata en cada día quebrar sus récords para dejar realizada la pega. “Tengo claro que en cada carta, documento o licencia hay una persona o grupo que necesita que un trámite sea realizado de forma efectiva. Trato que mi quehacer sea preciso y a veces entrego más allá de lo que me piden ya que entiendo y reconozco que una acción conlleva a una solución o apoyo para alguien. Me gusta lo que realizo en el día a día, y agradezco a cada uno de mis compañeros y jefes por su apoyo en mi trabajo, sin ellos no podría lograrlo”.
Una faceta reconocida por quienes han conversado en más de alguna oportunidad con Claudio Ross, es su tradición católica. Él reconoce que toda su herencia de fe, fue a través del legado de sus padres, donde cada hijo de la familia fue inculcado en la importancia de creer en Dios, el ser creyentes en todo momento y actuar como tal, “todos mis hermanos profesan la religión católica y tengo un hermano llamado Mario que es sacerdote de la Diócesis San José. Nunca me he olvidado de los valores y tradición eclesiástica entregada, y he tratado de plasmar en mi quehacer laboral y vida personal los valores que profeso”.
Su tradición católica, que desde pequeño lo ha tenido realizando intensamente acciones sociales, como también representaciones de personajes bíblicos, la vive junto a su esposa y dos hijas, donde promueve y participa continuamente con la Iglesia, siendo actualmente el Ministro de la palabra en la Parroquia Santísima Trinidad del Fundo El Carmen.
Reconoce a la Universidad Católica de Temuco como un lugar donde le han ocurrido experiencias enriquecedoras de vida, en ese sentido, menciona a dos grandes referentes para él en la Universidad. “Monseñor Jorge Hourton, fue un hombre humano cercano a los trabajadores y entregado a la Universidad, luchador por la paz, la justicia y los derechos humanos, sobre todo siempre presente con el pueblo Mapuche, con él se vivió la autonomía de la Pontificia. También recuerdo a Pedro Bacovich, un hombre puesto en un tiempo preciso por la divina providencia y dentro de todos sus dones que tenía, era un creyente en Dios, siempre le vi un crucifijo en el escritorio, eso me hacía pensar que era un creyente acérrimo, no sólo por eso, sino porque participaba en las eucaristías tanto dentro de la Universidad como fuera de ella, él participaba con su familia. Recuerdo que en esos tiempos se organizaban paseos para los trabajadores, donde él encabezaba los paseos en la micro y nos motivaba a participar”.
“Es una bendición poder trabajar con mi comunidad codo a codo, tengo un gran cariño a esta parroquia y lugar santo, esto debido a que incluso su nombre fue otorgado a partir de un regalo de Monseñor Jorge Hourton, quien me entregó una imagen de la Santísima Trinidad para el hogar en el que actualmente vivo. Él, en conjunto con las autoridades y personas queridas de la Institución, me entregaron la bendición de implementar mi casa en aquella época. Es así como esa imagen de la Trinidad, como un hecho de la divina Providencia y legado de Monseñor Hourton, me inspiró junto a la comunidad del Fundo para nombrar a la capilla con ese nombre”.
“Me defino como un hombre agradecido de Dios, por todas las bendiciones que me ha entregado agradecido de mis padres quienes me enseñaron valores y a confiar en Dios. Me gustaría que me recordaran como un hombre honrado, responsable, prudente, amable, y sobre todo como un luchador por mi familia. A pesar de mis falencias siempre trato de ayudar en lo que se pueda”.
Claudio Ross ha demostrado a través de su identidad cristiana y actuación personal, un permanente compromiso con la Institución, que da cuenta de la coherencia entre sus valores personales y principios de la Universidad, excediendo el mero cumplimiento de sus labores y manteniendo una actitud respetuosa, inclusiva y fraterna, con una práctica habitual de diálogo afectivo y empático que destaca y fortalece nuestro sello identitario.
Este año 2016, en la 57º Ceremonia de Aniversario de la UC Temuco, fue elegido por la comunidad universitaria para obtener el Premio Medalla Monseñor Alejandro Menchaca Lira, reconociendo su espíritu de servicio, el amor que plasma en sus acciones y la forma en que promueve y practica sus valores cristianos, su fe católica y su compromiso con la misión evangelizadora de la iglesia.
“Me siento agradecido de Dios por una semana llena de sorpresas, el cariño de mis colegas y los buenos deseos que me han dado en mi trabajo, hasta hoy recibo abrazos, saludos y llamados. El día jueves 8 de septiembre del presente año en la misa de aniversario n°57, recordé a mis padres por el esfuerzo que ellos pusieron en mí para ser quien soy en estos momentos, donde me enseñaron valores, ser perseverante, respetuoso y sobre todo responsable con mi trabajo, todas estas enseñanzas han dado frutos y puedo confirmar que fueron los mejores consejos, ya que gracias a Dios, llevo 25 años en la Universidad Católica de Temuco”. “Obtener el reconocimiento Medalla Monseñor Alejandro Menchaca Lira, me llena de orgullo, como también saber que mis colegas en general hayan visto mi trabajo y que ellos pongan su confianza en mí. Me siento comprometido a seguir por la senda de mi trabajo que hasta hoy he cumplido, siendo lo más leal posible. Recuerdo sus aplausos y el apoyo que escuchaba en el escenario, me emocionaron mucho realmente, no sabía cuánto me querían. Esto provocó un efecto positivo en mi vida y en este año lleno de tantas bendiciones. Por eso, una vez más, debo darle gracias a la Trinidad Santa, a mi familia encabezada por mis padres, hermanos, esposa e hijas. Pidiéndole a Dios que me de salud y vida para seguir cumpliendo mis funciones en la Institución ¡VAMOS QUE SE PUEDE!”.